En la plaza de San Andres -o Santa Marta, no las distingo- hay una iglesia, la iglesia de San Andrés. No es especialmente llamativa. Ocupa un espacio peculiar en la ciudad, bajo la cobertura de una zona de edificios bajos en el centro de Sevilla, y con una valla que la proteje por el ala sur de intrusos y agnosticismo.
Lo más peculiar de esta iglesia es que es objeto desde hace meses de la socarrona profanación de un chaval -intuyo que es un chaval, por la altura mental y espacial de las pintadas que aparecen- sobre las paredes y puertas del templo.
La primera de estas profanaciones fue sencillamente brutal. Sobre las enormes puertas de roble oscuro como el betún llegó aparecer una violentísima pintada en spray plateado que rezaba -nunca mejor dicho-: Viva Satán. Ahí es nada. Uno está curado de espanto, pero reconozco que al pasar por la estrecha cuesta que desciende sobre la entrada del santuario y fijarme sin previo aviso en la consigna demoníaca, tuve un pálpito de serie B. No me quiero ni imaginar el párroco pacorro que se hace cargo del lugar. Habría sido como si en el dormitorio del rey hubieses colgado unos visillos con la tricolor y la cara de la pasionaria tejida a ganchillo. Un bofetazo de antagonismo.
La segunda pintada llegó en la esquina nordeste. Para esta ocasión, el muchacho desconocido optó por un mensaje más punky y, aerosol en mano, hizo un poema de un solo verso que decía: Dios es un yonki. Como artista, esta persona ya presentaba una evolución en su mensaje. Pasaba del discurso de masas a un golpe directo y particular, una apreciación personal al tiempo que interpretable. ¿Se refiere a que es un yonki de acuerdo a algún tipo de adicción? ¿Quizás viene a decir que Dios ha pasado a necesitar a su feligresía como el enganchado a su heroína? En este caso, la imagen de miles de pequeños votantes del PP precipitándose en masa a través de la diminuta perforación de la aguja hacia las venas de la magna divinidad es, eso mismo, divina. Sea como fuere, la pintada desapareció a los pocos días.
Pero no hay dos sin tres. Dios sigue siendo un yonki aunque lo
borreis. Esa fue la cresta de la ola. Con un nuevo mensaje, el artista oculto vuelve a mostrar su descaro, esta vez reafirmando que su obra jamás será efímera, y que pervive más allá de su materialización. Lo que se dice un tipo tocapelotas. Un porculero. Cabe destacar en este punto, que el lugar donde aparecen las pintadas como caras de Bélmez, es una pared que está frente por frente a la casa hermandad de la parroquia. Así que en términos profanos -de nuevo, nunca mejor dicho-, es como si este creador de basura intelectual se meara en la cara de quienes quieren censurarle.
Todo pasa de moda, hasta el transgresismo. La fertilidad creativa de nuestro amigo desconocido zozobra, y ante la falta de estímulos, vuelve a decantarse por aparecer con un leitmotiv que parece que da juego: Dios es un yonki. No se lo piensa. Si le borran, él regresa con su mensaje. Un ciclo de hinchahuevos sin fondo ni trasfondo. Un tipo aburrido en las desiertas calles de la ciudad. Un iconoclasta que no conoce la palabra que le define.
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6 comentarios:
Bienaventurados los artistas involuntarios, porque ellos no han cometido el error de tragarse La Mandrágora ninguna noche aburrida de marzo.
Yo creo que habría que ir alertando a emilio carrillo. Lo mismo escribe un cientocuarentaydós páginas de libro. Por cierto, dani, bravo.
Y no os perdais la continuación: el iconoclasta ha vuelto, y ha profanado más iglesias...
Intervención urbana o vandalismo? Cómo mola la gramola...
yo creo que la iglesia toca muchisimo mas las pelotas que este chaval... bravo por el.
...y el papa pasa coca.
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