Mucho ha tardado. Jaime Jiménez Arbe, "El Solitario" para los amigos de los amigos de lo ajeno, ha confirmado que es español. Los que soñábamos con una realidad de ficción mágica en la que íberos de la tierra donde nace el Tajo pudieran hacer las cosas como dios manda, nos hemos llevado un jarrazo de agua fría al conocer la cara oculta del profesional pillastre.
Se ha celebrado una rueda de prensa (nunca la palabra "celebrar" le fue tan al pelo a la expresión "rueda de prensa) en la que el abogado del atracador ha dado "pruebas" de que su defendido no es el responsable de los tres asesinatos que se le imputan. La prueba es una carta del tamaño del The Sun en la que explica que estaba en otro sitio, en otro momento, etc... qué sé yo. El caso es que se limita a rubricar la muy castiza postura del "eso ha sido otro". Más español que un atasco a la salida de Matalascañas.
Por si fuera poco, el prenda dice ser la revisión postmoderna de Curro Jiménez, aludiendo que el robo de bancos no tenía fines "únicos" de ánimo de lucro, sino que pretendía librar a los españoles de la alargada sombra (y alargada mano) de las entidades, las verdaderas ladronas. Y ahí está. No hay nada más español que meter la pata, que te cojan, y ante la evidencia, tirar balones fuera.
Este tipo es la prueba de que el silencio, la duda, la especulación y, por extensión, la evocación, resultan más atractivos que lo explícito, lo evidente, lo zafio. Para el caso, lo que pensábamos que era un Haneke, resulta que es un Ozores. Sólo nos faltó que el abogado de la defensa saliera de la concurrida sala de prensa al son de achilipú, quepú, quepú, quepú, quepú, quepú, quepú, quepú, quepú...
Achili...
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