viernes, 13 de julio de 2007

Anagnórisis y Síndrome de Estocolmo

En algún país de Sudamérica de cuyo nombre no me he enterado se ha conocido que dos hermanas gemelas se han reencontrado después de que fuesen separadas en el nacimiento. No ha sido en un campamento, sino en un restaurante. Al cruzarse entre plato y plato, una miró a la otra (o quizás fue al revés) y llegó la sorpresa. Cuando la madre de una preguntó al clon quién era su madre, ésta (el clon, no la madre) respondió un nombre familiar para la progenitoria interrogadora.

Los padres del clon eran los médicos que asistieron a la madre de la clonada. Porca miseria, Rousseau no tenía razón, estamos perdidos. El ser humano es vil y miserable. La madre ignoraba que iba a dar a luz a gemelas, los médicos ladrones de cuerpos estaban al tanto y aprovecharon la coyuntura. No vendieron al bebé, ni lo pusieron en el mercado negro de órganos ni ninguna otra aberración que sirve para colgar el cartel de "malo" en el reparto de papeles de esta trama absurda que es la vida. Simplemente, adoptaron a la niña ante el cruel estigma de una niña que hasta ahora ha pensado que fue abandonada por su madre.

Esa niña, el clon, ha crecido con la llaga de la apestada, de la no deseada, de haber sido concebida bajo el sol del error y la avería. Esa niña ha crecido arrodillada ante la gratitud de haber sido acogida. Ha sido siempre un plan B , un segundo plato, el regalo de un paquete de golosinas, el tráiler de una mala película, la telonera de un nefasto concierto. Y de repente, un giro, una brutal anagnórisis que la pone en su sitio.

El tono de tragedia griega encuentra su paroxismo cuando el clon, consciente ya de su lugar en la historia, sin coacción ni súplica, decide seguir viviendo con sus captores, con sus captores, con quieres ataron una mordaza de cariño forzado. Una familia de grilletes que ha secuestrado la conciencia de una niña, convirtiéndola para el resto de su vida en una presa sin barrotes. Dice el clon que esos son sus padres, que ellos la acogieron. La madre lastrada no da crédito. Peor que un asesinato es ver a su hija nonata rechazándola. Una tortura que consiste en saber que lo que nunca ha existido ahora existe, que le has dado la espalda y que nunca lo has sabido.

Maquiavelo se debe estar frotando las manos en su tumba.

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